Había una
vez, un gnomo que se llamaba Jeromo. Vivía en una Seta Gigante en Navacerrada.
Tenía como vecinos a una familia de castores; uno de sus hijos se llamaba
Castorín.
Un buen día,
mientras el gnomo Jeromo estaba leyendo, alguien llamó a la puerta
-¿Quién es?-
preguntó el gnomo Jeromo.
- Buenas
tardes vecino. Venía a pedirle un kilo de harina, por favor. Mamá está haciendo
un pastel- respondió Castorín.
- ¿Y cuando
me lo devolverás?- preguntó el gnomo Jeromo con cierto tono de desconfianza y
cansado de que siempre le estuvieran pidiendo cosas a él.
-En cuanto
mamá vaya el jueves al mercado- aseguró Castorín.
A
regañadientes, el gnomo Jeromo se metió en la cocina y salió con el paquete,
que era más grande que él. Castorín se lo cargó a la espalda a duras penas y
salió tambaleándose. El gnomo Jeromo cerró la puerta, dio una vuelta a la llave
y se puso a leer delante de la chimenea.
Cuando
estaba totalmente centrado en la lectura, el timbre sonó de nuevo:
- ¿Quién es?
- ¡Soy yo,
Castorín!.¡Abreme!.
Y el gnomo
Jeromo, pensando que venía a devolverle el kilo de azúcar le abrió
gustosamente, pero...
- Perdona
otra vez, ¿pero podrías dejarnos un huevo?- pregunto Castorín.
El gnomo
Jeromo, con unas ganas enormes de darle con las puertas en las narices, entró
en la cocina, y buscó el huevo más pequeño que encontró, ¡ un huevo de
gorrión!.
A pesar de
todo, Castorín se marchó contento hacia su casa. El gnomo Jeromo cerró la
puerta, dio dos vueltas a la llave y se puso a leer otra vez.
Al cabo de
media hora, pero que se le habían hecho como cinco minutos, alguien llamó a la
puerta. El gnomo Jeromo abrió la puerta sin preguntar porque estaba seguro de
que sería Castorín de nuevo para pedirle alguna otra cosa. Y no falló
- Necesito
una tacita de dulce de melocotón para el pastel- le pidió Castorín con voz de
estar un tanto avergonzado.
Y el gnomo
Jeromo, que tuvo que entrar en la cocina para que Castorín no le oyera el grito
de rabia que iba a dar, cogió una tazita de las de café y dulce de ciruela con
la mala idea de que les sonaran las tripas y se fastidiaran.
Y Castorín
cogió el dulce y se marchó tan contento. El gnomo Jeromo cerró la puerta dando
tres vueltas a la llave y se puso de nuevo a leer. Pero al poco rato
-
¡Toc!.¡Toc!.
- ¿Qué
quieres ahora, Castorín?
-
Necesitamos medio kilo de azúcar para el pastel.
Ya
desesperado y sabiendo que se lo tenía que dejar para poder recuperar lo
anterior, cogió un paquete, pero de sal en lugar de azúcar. No lo notarían y
así se les estropearía el pastel.
Y cuando
parecía que ya se habían olvidado de él, llamaron a la puerta, por undécima
vez.
Era la familia de Castorín al completo, el
padre, la madre, la abuela, el abuelo, los hermanos pequeños de Castorín y
Castorín. Venían todos a felicitarle por su cumpleaños y en las manos, mamá
castora llevaba... ¡el pastel! Que se lo iban a regalar.Y el gnomo Jeromo,
arrepentido de la forma en que había actuado, se desmayó.